Se acercó Jesús, tomó el pan y se lo repartió, y lo mismo hizo con el pescado
(Juan 21, 1-14)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús, es el amigo cercano que acompaña y da aliento en las luchas y fatigas cotidianas. Sólo desde esa experiencia de relación cercana se le puede descubrir y reconocer. Los discípulos que habían vuelto a su acostumbrado oficio de pescar, van al lago de Tiberíades, pasan la noche lanzando sus redes al agua pero no obtienen resultados, al amanecer vuelven desilusionados. Jesús Resucitado se les aparece a orillas del lago preguntándoles: “Muchachos, ¿tienen pescado?”. Ellos responden que no, entonces Jesús les dice: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”…al acoger su Palabra, les sorprende el resultado, entonces uno de ellos exclama: “¡Es el Señor!”. Y la vida se ilumina con su presencia, se enciende el fuego del amor que se alimenta de su presencia en la mesa compartida, al llegar a tierra vieron que había sobre las brasas pescado y pan. Jesús los invita: “Vengan a desayunar”. Y se repite el signo de la Eucaristía pero de una manera nueva que abre el corazón a la comunión entre Jesús y los discípulos, que confiando en su Palabra guardan silencio, porque saben que lo que para el hombre es imposible, en Dios alcanza su plenitud.
Reflexionemos: Todos los que conformamos la Iglesia, somos testigos de los signos del Señor resucitado que nos acompaña al caminar ¿Sé discernir mis opciones de vida iluminado por la sabiduría y gracia que da el Señor en su Palabra y la vida celebrada a través de la Eucaristía?.
Oremos: Señor presencia cercana colme mi vida de gozo y esperanza. Amén.
Recordemos: Jesús les dijo: “Traigan pescado del que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red repleta de pescados enormes: eran ciento cincuenta y tres. Y con ser tantos, no se rompió la red.
Actuemos: Viviré los sacramentos reconociendo que mi vida interior se fortalece en las manos del Señor.
Profundicemos: Jesús con su resurrección nos enseña a confiar y abandonarnos en las manos de Dios. En nuestra vida diaria, en cada amanecer estamos invitados a dejar que Él acompañe nuestros pasos. Solo necesitamos abrir el corazón y dedicar un momento para escuchar su voz: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”.