En el evangelio de este día vemos a Jesús predicando con una serie de imágenes para que podamos captar, con facilidad su mensaje. Hoy, usa la imagen del árbol al cual se le conoce por sus frutos. Nosotros estamos llamados a dar frutos. Así como la higuera da higos, lo que se espera de un cristiano es que refleje a Cristo. Para esto debemos saber si nuestro comportamiento se orienta de acuerdo al mensaje predicado por Jesús, y está constituido por las obras que realizamos. Son pues nuestras obras y no solo nuestras palabras las que indican si estamos siguiendo a Jesús. No es suficiente escuchar a Jesús, sino obedecer lo que nos enseña. Ya que Él nos pide que actuemos con sabiduría y que pongamos en práctica sus enseñanzas. Es en este momento en que aquello que hemos aprendido del Maestro y hemos integrado en nuestra propia vida, lo comunicamos con el testimonio. Este es el fruto de una acción que se da a conocer por si sola: cada árbol se conoce por su fruto. “No hay árbol bueno que de fruto malo, ni árbol malo que de fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto”. El discípulo ha aprendido del Señor su bondad y ha tratado de hacerla realidad de forma coherente en su vida, aunque cueste trabajo y exija mucha constancia. Solo si estamos enraizados en Cristo, solo si fundamentamos nuestra vida en Cristo, como se apoya una casa en la roca, podremos dar frutos buenos.
¿Qué frutos concretos estoy dando? ¿Estoy sembrando vida o generando división, critica?
Señor, Jesús, crea en mí un corazón nuevo semejante al tuyo. Concédeme una fe fuerte segura, que pueda dar frutos de bondad. Amén.
¿Estoy dejando que Dios limpie y transforme mi corazón?.
Que el fruto que damos revela lo que llevamos dentro: amor, paz, paciencia, envidia, juicios.
“De lo que está lleno el corazón habla la boca”.