“Jesús se lo entregó a su madre”
(Lc 7, 15)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El evangelio de hoy nos lleva a la ciudad de Naín para ser testigos del encuentro de Jesús con el dolor y la soledad que trae la muerte de un ser querido. Dolor representado en la vida de una mujer viuda, que al fallecer el único hijo que tiene, queda sola y desprotegida. Jesús al percibir dicha realidad, se acerca y se solidariza con su sufrimiento: “le dio lástima y le dijo: “No llores”. Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”. Gesto que sobrepasa las fronteras de las tradiciones rituales de la pureza judía, al atreverse a tocar un muerto y quedar contaminado por ello. Pero que Jesús pasa desapercibido con tal de devolverle el hijo a la mujer, y con él, su propia vida. Pidamos al Señor, en este día la capacidad de solidarizarnos cada vez más con el dolor de tantas mujeres que viven solas y desprotegidas, que han perdido la alegría y la esperanza por la pérdida de sus seres queridos.
Reflexionemos: ¿Nos conmovemos con el sufrimiento de los demás como Jesús?, ¿qué nos enseña la actitud de Jesús de acercarse y no tener miedo de tocar y enfrentar la muerte?
Oremos: Sana, Señor, nuestra indiferencia frente al dolor y el sufrimiento de quienes pierden a sus seres queridos. Enséñanos a comprenderlos y ayudarles a vivir este difícil momento con fe y esperanza. Amén.
Recordemos: Jesús se solidariza siempre con nuestros sufrimientos.
Actuemos: Aprovechemos esta jornada para ir al encuentro de alguna persona que haya perdido un ser querido para escucharla, consolarla y compartir un tiempo especial con ella.
Profundicemos: La muerte es una circunstancia difícil que nos lleva a replantear el sentido de nuestra existencia y a descubrir la necesidad de vivirlo de la mano de Dios y nuestros seres queridos (Libro: La esperanza del reencuentro).