“El que recibe al que yo envío me recibe a mí”
(Juan 13, 16-20)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Hemos visto cómo también hoy el evangelio nos coloca en el contexto de la última Cena: allí, en un ambiente de intimidad y despedida Jesús se coloca a los pies de cada uno de sus discípulos como siervo; con esta actitud impregnada de silenciosa ternura nos dice: porque soy el Hijo eterno de Dios, me pongo a tu lado como verdadero hermano; cuenta conmigo!
Cuando aceptamos el amor humilde que Jesús nos brinda, entramos en la Corriente divina de su amor, somos conformados a El como hijos amados de Dios y podemos amar a los otros del mismo modo que somos amados por Él. Por ello Jesús concluye este admirable gesto de entrega diciendo: Sabiendo estas cosas, serán felices si las ponen en práctica.
Preguntémonos: ¿En mi camino de fe es importante tener los mismos sentimientos de Jesús, pensar y actuar como Él? ¿Qué es lo que más me ayuda a mantener vivo el deseo de ser, sentir y actuar como Jesús? María, Madre de Jesús y madre nuestra alcánzanos el Sentir de tu Hijo divino.
Oremos: Gracias Jesús, por indicarnos con tu actitud cómo hemos de acercarnos al hermano y te declaras nuestro maestro: Ayúdanos a hacer por el otro lo que tú haces con nosotros. Amén.
Recordemos: “Les aseguro que no es el siervo más que su amo, ni el mensajero es más que el que lo envía. Sabiendo estas cosas, serán felices si las ponen en práctica”.
Actuemos: Quiero alimentar como actitud constante, tener en cuenta al otro, dar siempre la precedencia al otro desde el fondo de mi corazón.
Profundicemos: “Lavarse los pies unos a otros” significa aceptar los límites, defectos y ofensas del hermano; pero al mismo tiempo, reconocer los límites propios y las ofensas que hacemos a los hermanos. Es un modo nuevo de vivir nuestras relaciones que nos hace disponibles a colocarnos a servicio de todos y acoger con sencillez y alegría el servicio que los otros nos brindan. P. Fidel Oñoro