“¿Por qué esta generación reclama un signo?”
(Mc 8, 11-13)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Estamos ante un texto breve y de una gran enseñanza. El Evangelio nos presenta una discusión de los fariseos con Jesús. Los fariseos, ciertamente conservadores, tirando al inmovilismo, piden un signo del cielo; tal vez desconcertados por la gran novedad de Jesús. ¿Qué tipo de señales buscaban? ¿Acaso una acción espectacular? La trampa era nada menos que presionarlo para hacer una señal extraordinaria, algo que para ellos viniera directamente del cielo. No les bastaban los signos recientes obrados por él, las dos curaciones ni la multiplicación de los panes. Querían convencerse aún más.
Aunque a los fariseos hay que reconocerles una actitud religiosa responsable, podría criticárseles que algunos se mostraban cerrados, superiores a los demás y, por ende, marginando a otros con su mirada religiosa. Hoy, también nosotros podemos caer en actitudes similares al quedarnos en posiciones religiosas estáticas porque es más cómodo y al condicionar nuestra adhesión al Señor exigiendo señales. “Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla”. Aquí termina el relato, casi como para decirnos que para creer en él es necesario hacer exactamente todo lo contrario de lo que hacían los fariseos. No solo no pedir signos, sino saber penetrar los innumerables signos que a diario Dios mismo nos da.
Hoy nos podemos preguntar ¿Qué me dice hoy este texto? ¿Qué invitación me está haciendo?
Preguntémonos: ¿Cuáles son las nuevas lepras hoy?
Oremos: Señor, dame la gracia de sentirte como mi mejor amigo, en quien deposito toda mi confianza. Regálame una fe viva y operante que me lleve a verte y a encontrarte en cada uno de los acontecimientos de mi vida. Amén.
Actuemos: ¿Qué signos pedimos hoy a Dios?
Recordemos: ¿Cuál fue la motivación por la cual los fariseos pidieron a Jesús un signo?
Profundicemos: ¿Qué le he pedido últimamente a Dios? ¿Me lo ha concedido? ¿Cuál ha sido mi reacción?
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