12 de diciembre 2024

 “Dichosa tú, que has creído”

(Lc 1, 39-48)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

La liturgia de hoy acompaña el ritmo y el gozo del Adviento junto a María, la madre del Verbo, en la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, quien se manifestó a Juan Diego a través del signo de las rosas. Los signos y las señales de las cuales habla el profeta Isaías en la persona de Acaz no busca tentar a Dios porque ya sabían de la señal a través de la cual Dios se manifestaría: “La virgen está en cinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’”. Esta señal nos lleva a celebrar el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios a través de María, quien hoy en la proclamación del Evangelio de Lucas hace visibles las señales que en la tradición al pueblo de Israel le había sido difícil reconocer.

María inmediatamente habiendo recibido el anuncio del ángel Gabriel no se queda encerrada en sí misma tratando de comprender un misterio que la desbordaba, y colocándose de prisa se dirige a Judá para vivir junto a Isabel su prima el misterio de la vida que late en ella como don, pero a la vez, misterio del que ella es portadora como anuncio. Solo entonces lo que parecía imposible a su ser de mujer joven, es acogido porque lo ha alzado en sus brazos, porque se ha dejado fascinar por un encuentro que ha vibrado junto a Isabel. Entonces ha comprendido que ella es solo instrumento de aquello que está aconteciendo ya en Isabel. Portar en su vientre al Verbo encarnado hace posible en ella el servicio que se manifiesta en expresiones de amor y cuidado por Isabel, pero a la vez le permite acoger el misterio de lo que gesta y aguarda.

 

Reflexionemos: ¿Qué experiencias de vida me hacen salir de mí mismo de prisa e ir al encuentro del otro?

 

Oremos: Ven, Señor Jesús, y visita nuestra casa, nuestro mundo, nuestra realidad. Ven de prisa junto a tu madre María, y aligera el paso de nuestros días con tu presencia entre nosotros y con nosotros. Amén.

 

Actuemos: La prontitud de María, el ir de prisa y colocarse en camino le ayudó a sí misma para sentir gozo en un misterio que no entendió pero que dijo sí. El estar junto a Isabel, en su casa y dejarse acompañar, acompañando, despertó en ella el deseo de ser la madre del Salvador. Misión que había acogido con disponibilidad y que solo caminando aprendió a dar la respuesta.

 

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