11 de septiembre 2024

“Bienaventurados los pobres”. “Ay de ustedes, los ricos”

(Lc 6,20-26)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

Jesús se dirige hoy a todos sus seguidores y les presenta su programa de vida, es decir, la ruta para continuar el camino que Él les propone y que es, en últimas, el signo propio y característico que se espera de quien ha decidido seguirlo más de cerca: vivir las Bienaventuranzas y con ello, ser feliz. Todas las personas recibimos el llamado a ser felices o dichosos en la opción radical que tomemos en la vida. Están quienes optan por la vida sacerdotal, las personas que escogen vivir como misioneras, religiosas y consagradas bien sea con votos o laicos que destinan su vida y esfuerzos al anuncio del evangelio o también están aquellas personas que optan por el matrimonio o por vivir su profesionalismo en forma heroica, o sea que, entregan su vida ejerciendo su oficio al servicio de los más pobres. Porque no es en la opulencia o en el poder o en el placer donde está la felicidad, todo eso es pasajero, y no podemos olvidar que solo somos administradores de los bienes que Dios mismo pone en nuestras manos. La bienaventuranza está en abandonarnos en las manos del Padre, pues Jesús no condena el conseguir los bienes materiales. Aquello que censura es que lo material desplace el lugar que solo le corresponde a Dios.

 

Preguntémonos: ¿En qué lugar de nuestra vida tenemos a Jesús y su anuncio del Reino de los cielos?

    

Oremos: Señor Jesús, enséñanos a entrar cada vez más en la lógica de las bienaventuranzas y hacer de ellas nuestro estilo de vida. Que no le temamos a los sufrimientos, ni a la pobreza, ni a las contradicciones, ni a la tristeza o al desánimo ya que, en cada una de estas realidades, nos acompañas y fortaleces. Amén.

 

Actuemos: que somos bienaventurados cuando acogemos tu Palabra que es paz, comunión y solidaridad, buscando ayudar o aportar con algún bien a quienes más lo necesitan.

 

Recordemos: en este evangelio porque es necesario tener claridad sobre los aspectos que deben sustentar nuestra fe en Jesús. Notemos que la comprensión evangélica de la felicidad no tiene nada que ver con la manera como el mundo de consumo nos propone: opulencia, rechazo del sufrimiento, ley del descarte, etc. Sino más bien, colocando todo en las manos amorosas del Padre Dios, que todo lo puede.

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