Hoy la palabra nos regala una bienaventuranza. Además de ser un género literario en la biblia, la bienaventuranza está constituida por una expresión inicial (del hebreo, ašrê...; del griego, makarios...) que se puede traducir como “feliz”, “dichoso”, “bienaventurado” y que califica al poseedor de la cualidad como “digno de felicidad”. Se recurre a este género para expresar una felicitación a la persona que, por tener una cualidad o por mantener una forma de conducta grata a los ojos de Dios, están relacionadas con el Señor a quien se identifica bíblicamente como el Dador de la vida y de la felicidad. En el Evangelio, Jesús habla con la gente y en medio de esta, surge una mujer que lo escuchaba; seguramente ardía su corazón al sentirse interpelada por su palabra divina. De repente, alza la voz y le dice en singular: “Bienaventurado el vientre que te llevo y los pechos que te criaron”. A lo que Jesús responde en plural: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen”. Al parecer, esta respuesta de Jesús está dirigida a ella y a todos aquellos que lo escuchan; está dirigida también hoy –en este tiempo concreto de la historia– a quienes meditando en sus palabras diariamente, santifican su mente pensando como Jesús, santificando su corazón al estilo de Jesús, sintiendo como Jesús, y actuando como Jesús.
En la expresión de la Virgen María: “Hágase en mí según tu palabra”, se siente el deseo, la disponibilidad, la fe y la esperanza para hacer vida aquello que proviene de Dios, recordando el anuncio del arcángel Gabriel a María Santísima. La Palabra hoy nos invita a aceptar, sin reservas, la voluntad de Dios; por eso, es muy interesante reflexionar la relación que existe entre el llamado que se escucha y la acción que se ejecuta. San Lucas en su Evangelio nos invita a ser coherentes en nuestra fe, ya que la fe sin obras es una fe muerta y, la mayor de todas las obras es la caridad. Esto es una fuerte invitación a mirar desde otra perspectiva frente a lo que es urgente y lo que es necesario hacer. Es este uno de los desafíos contemporáneos más retadores. Muchas veces estamos llenos de actividades que no se disciernen, que no se piensan, que nos hacen perder el rumbo de la vida, la paz interior y la esperanza. Escuchemos la voz de Dios y pongámosla en práctica. Este es, sin duda, uno de los dones que nos harán encontrar la felicidad verdadera. San Juan XXIII vivió el espíritu de las bienaventuranzas al promover la paz, la misericordia y la unidad, guiando a la Iglesia con docilidad al Espíritu Santo, lo cual se reflejó al convocar al Concilio Vaticano II en su deseo de abrirse al mundo y a la construcción de un futuro de paz para la Iglesia y para el mundo entero.
Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia santificación. Espíritu Santo, dame la agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar. Dame acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.
Escucho, cumplo y llevo a mi vida práctica aquello que he descubierto como un llamado de Dios a hacer “algo” por las personas que están a mi alrededor.
“Alégrense justos con el Señor”.
“María es bienaventurada también porque oyó la palabra de Dios y la cumplió: su alma guardó la verdad más, que su pecho guardó la carne. La Verdad, es Cristo; la carne, es Cristo. La verdad, es Cristo en el corazón de María; la carne, es Cristo en el seno de María” (San Agustín de Hipona).