10 de mayo

“La alegría ya nadie se las podrá quitar” 

(Jn 16, 20-23a)

Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida

En el texto de hoy, Jesús está advirtiendo a los discípulos sobre su final y su partida. Él sabe que todos los acontecimientos del final de su vida serán una tragedia que entristecerá y desconcertará a sus seguidores. Por eso les dice que deben soportar ese paso, porque al final lo volverán a encontrar, vivo y resucitado, pero mientras tanto tendrán que soportar la prueba.

Se puede decir también que este Evangelio de hoy describe en cierta forma la vida del cristiano en su peregrinaje terreno: el auténtico cristiano sufre porque el Reino de Dios no se realiza plenamente en este mundo, hay dolores de parto, como dice el apóstol Pablo. Según la bienaventuranza, es alguien que llora, que no tiene consuelo, porque no puede resignarse a creer que las cosas en la sociedad actual no vayan según el querer de Dios, pero también tiene la certeza que no está solo, Dios camina a su lado.

 

Reflexionemos: El auténtico profeta, el cristiano comprometido es el que aun en medio de la guerra, del sufrimiento, del dolor, de las injusticias, no se siente solo, porque sabe que Jesús está con él, dentro de él, luchando con él.

 

Oremos: Señor Jesucristo, danos un corazón insatisfecho que luche por hacer realidad tu Reino. Amén.

 

Actuemos: Hoy  me preguntaré si aun en medio de mis sufrimientos y dificultades, experimento la alegría de creer, de tener a Jesús en mi vida, en mi corazón.

 

Recordemos: “Volveré a verlos, y se alegrará su corazón, y nadie les quitará su alegría”.

 

Profundicemos: Nadie nos podrá quitar la alegría de creer, la esperanza de un mañana mejor, aun en medio de las guerras, las persecuciones y las injusticias.

 

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