“Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, y vivirá”
(Mt 9, 18-26)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
El evangelio de hoy nos muestra la acción liberadora de Jesús con relación a la mujer. Jesús rompe los paradigmas de su época y actúa como generador de vida. Mostrándonos el verdadero rostro de la misericordia. Podemos hacer un paralelo en el texto de Mateo.
El número “doce” las pone en relación: Entre la mujer y la niña, doce años de vida y doce años de sufrimiento. Una es adulta y la otra es niña que inicia a vivir. A ambas se les niega la posibilidad de la vida: una por su enfermedad que la hace estéril y la otra porque muere justo cuando puede comenzar a engendrar vida. Ambas hacen la experiencia de la muerte: una está al borde y la otra ya es como la flor cortada en su capullo. Ninguna de las dos puede ser tocada, están en situación de impureza legal, según la cultura Judía.
El contacto con Jesús las salva de la muerte: la mujer con flujo de sangre toca el manto de Jesús (“Se decía para sí: ‘Con sólo tocar su manto me salvaré’”, 9,21). La joven hija del magistrado judío (jefe de sinagoga) es tomada por la mano por Jesús (“La tomó de la mano y la muchacha se levantó”, 9,25). Dos mujeres reconducidas a la vida encuentran su esperanza en Jesús. No quedaron defraudadas. Estas mujeres quedan constituidas en el evangelio como signo de la vida que trae el Reino de Dios.
Reflexionemos: Para Jesús por encima de toda norma o ley está la vida, no importa la edad, la fuerza que sale de él produce la sanación en la mujer, que muere lentamente por el flujo de sangre, sin esperanza, con la única posibilidad que tenía de tocar el manto de Jesús. Y la niña ya muerta que le devuelve a la vida. Jesús da valor a la mujer, sanando y dando vida, es el Señor de la vida. ¡Animo Hija! tu ve te ha salvado.
Oremos: Señor Jesús, aumenta mi fe que yo tenga la certeza de tu fuerza sanadora, de tus palabras que dan vida. Amén.
Actuemos: Hoy estamos llamados a luchar y defender los derechos de la mujer, en todos sus sentidos. Miremos qué realidades hay a nuestro alrededor y ayudemos a que la mujer sea reconocida y valorada.
Recordemos: El jefe de los judíos cree en Jesús “Ven tu ponle la mano en la cabeza y vivirá” y la mujer con pocas posibilidades de vida toca el manto de Jesús, con la certeza de que esta curada. La fe nos lleva a creer que para Dios nada es imposible.
Profundicemos: La fuerza sanadora del Señor, contenida en su cuerpo, llegaba hasta el borde de sus vestidos. En efecto, Dios no era divisible ni perceptible para ser encerrado en un cuerpo; reparte sus dones en el Espíritu, pero no se divide en sus dones. Su fuerza se percibe por la fe en todas partes, porque es para todos y no está ausente en ninguna parte. El cuerpo que ha tomado no le ha disminuido su fuerza, pero su potencia tomó la fragilidad de un cuerpo para él rescatarlo… El Señor entra posteriormente en la casa del jefe, es decir, en la sinagoga…, y muchos se burlan de él. En efecto no han creído en un Dios hecho hombre; se han reído al escuchar predicar la resurrección de entre los muertos. Tomando la mano de la niña, el Señor ha devuelto a la vida a aquella cuya muerte no era ante Él más que un sueño. San Hilario.