10 de agosto

Caminando con Jesús

Caminar con Jesús permitió a los discípulos experimentar, de primera mano, la compasión y la gracia de Dios en acción. Caminar con Jesús hoy, no debería ser diferente. Su compasión y su gracia siguen disponibles para quien quiera experimentarlas.

“Lo mismo ustedes, estén preparados”
(Lc 12, 32-48)

El Evangelio que meditamos este domingo puede dividirse en cuatro partes: una introducción, donde Jesús ofrece promesas llenas de esperanza a sus seguidores, y tres parábolas que giran en torno a un llamado claro y urgente: Estar preparados. Este llamado se repite con fuerza en las palabras del Señor. “No temas, pequeño rebaño, porque su Padre ha querido darles el reino”. Con esta promesa comienza un mensaje que nos llena de esperanza y, al mismo tiempo, nos convoca a la vigilancia activa. Jesús no nos quiere dormidos ni indiferentes, sino con los ojos abiertos y el corazón encendido. No como quien vive con temor, sino como quien ama y espera al Señor que viene. La primera parábola nos invita a ceñirnos los lomos y tener las lámparas encendidas. Es el símbolo del discípulo vigilante, que no se rinde ante la rutina ni se apaga ante la indiferencia del mundo. La segunda parábola nos relata cómo el amo que vuelve y encuentra a sus siervos atentos, los llena de alegría y él mismo, incluso, se pone a servirles. Es un gesto sobrecogedor: el Señor recompensa la fidelidad con amor generoso. La tercera parábola, la del ladrón que llega sin avisar, nos alerta sobre el carácter sorpresivo del encuentro con Dios. No hay tiempo que perder. Cada instante es una oportunidad única para estar listos. Finalmente, la imagen del administrador fiel nos muestra a la persona que vive con responsabilidad y entrega, cuidando celosamente lo que se le ha confiado, sabiendo que el Señor puede llegar en cualquier momento. La vida cristiana consiste en una vigilancia alegre, una esperanza activa y una preparación confiada. Que nuestra fe nos mantenga siempre atentos y que, cuando llegue el Señor, nos encuentre listos, con las lámparas encendidas y el corazón lleno de luz.

Reflexionemos:

¿Qué aspectos de mi vida podrían ser un “punto débil” en donde la distracción o la indiferencia podrían entrar y apartarme del llamado de Jesús? ¿Qué cambios concretos me siento llamado a hacer en mi vida para estar más preparado para la venida del Señor?

Oremos:

Señor Jesús, enciende mi corazón con la luz de tu esperanza. Hazme un siervo fiel, vigilante y confiado para que espere tu venida con alegría y amor. Que cuando tú llegues, me encuentres con la lámpara encendida y el alma abierta para recibir tu reino. Amén.

Actuemos:

Preparo un examen de conciencia y, al final del día, reviso cómo he vivido mis horas.Me pregunto: ¿He sido consciente de la presencia de Dios? ¿Actúo con amor y servicio?

Recordemos:

Cada uno de nosotros es un administrador de los dones de Dios (tiempo, talentos, recursos, relaciones personales, profesión, vocación, proyecto de vida).

Profundicemos:

“…Dichosos aquellos a quienes su Señor, al llegar encuentre en vela. Les aseguro que él mismo se ceñirá, los hará sentar a la mesa y los servirá” (Lc 12, 37).

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