“A quien me sirva, el Padre lo premiará”
(Jn 12, 24-26)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Hoy la Iglesia celebra el día de San Lorenzo diácono y mártir. Del evangelio de Juan escuchamos una declaración de Jesús: “Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere queda infecundo, pero si muere da fruto”. Esto no es simple paradoja; estamos frente a una revelación muy especial que Jesús hace a sus discípulos y por supuesto a nosotros. Él es el grano de trigo que da su vida por nosotros.
Jesús mismo compara su pasión y su muerte con la semilla, que sepultada en la tierra da la verdadera vida. Él se coloca al servicio del Padre para que se multiplique en nosotros la vida y es por eso que Jesús hace que sus discípulos entiendan que amar es servir, y servir es perder la vida por los otros.
Reflexionemos: Quien desee ser discípulo de Jesús, debe ser consciente que es llamado a compartir el mismo destino de Jesús. El siempre habló a los discípulos de un modo radical, quien se apegue a su vida la perderá, pero quién entregue su vida la conservará para la vida eterna es así como también nosotros debemos morir y resucitar en Él. Preguntémonos: ¿Qué debe morir en mí para poder dar frutos abundantes?
Señor dame la gracia de morir a mí mismo y de aceptar con alegría la misión que tú tienes para mi vida.
Oremos: Jesús Maestro, ayúdame a revisar mi vida y discernir todo aquello que en mí debe morir para dar frutos abundantes. Que de tu mano, mis actitudes sean un reflejo de tu amor y tu misericordia. Que pueda comunicar siempre todo aquello que recibo de ti. Amén.
Actuemos: Pidamos al Señor, la gracia de tener un corazón generoso, para saber servir y entregarnos a Cristo y a los hermanos, con más amor en la vida diaria.
Recordemos: Hay que saber morir, para dar fruto abundante, saber renunciar aquello que nos gusta, sacrificando nuestros propios intereses para salir al encuentro de las necesidades de los demás.
Profundicemos: “Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre”. (Gaudete et Exsultate, 10)
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