“Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”
(Mc 7,1-8.14-15.21-23)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Hoy primer día de septiembre, mes en el que estamos invitados a conocer más sobre las Sagradas Escrituras, nos encontramos con estos trozos del evangelio de san Marcos, que nos dice que “se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de los discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores…)”. La Palabra debe entrar en nuestra mente y en nuestro corazón, y así transformarnos desde dentro, porque más adelante nos va a decir que es aquello que nos hace impuros. Jesús no niega la utilidad e incluso la necesidad de atenerse a la tradición, pero advierte, en primer lugar, que hay que distinguir lo que hay de puramente humano en la tradición. Y además hemos de ver que siempre la tradición más venerable estará subordinada a lo que ciertamente es precepto divino, como el amor al prójimo con todas sus imprevisibles sorpresas. Les insisto en la invitación que queda abierta para acercarnos más a la Biblia, donde lograremos escuchar a Dios a través de su Palabra y hoy en forma especial toca nuestras fibras más íntimas, porque nos aclara que “nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre”. Con estas afirmaciones estamos llamados a descubrir cómo está nuestro interior, ya que: “todas las maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro”. El Señor nos invita a custodiar el corazón, ya que es allí donde se gesta la manera como tomamos nuestras decisiones, pero especialmente, donde establecemos nuestra relación con Dios y con quienes nos rodean. Este es el momento para reconocer nuestra condición de pecadores y pedirle perdón al Señor por todas nuestras faltas. Él siempre nos escucha, nos acoge y nos perdona. Cuando vamos hacia él con un corazón sinceramente arrepentido y deseoso de cambiar todo lo malo y oscuro por la claridad y la bondad de Dios.
Preguntémonos: ¿Cómo es mi forma de amar y la caridad que practico? ¿Cómo vivo la piedad? ¿Soy muy legalista? ¿Me apego demasiado a la tradición y me cuesta dar un paso más adelante y acoger con mayor apertura y docilidad lo nuevo que se me va proponiendo para crecer y madurar? ¿Honro al Señor Dios de la vida con mis labios y con mi corazón?
Oremos: Oh Dios de amor y de bondad, de quien procede todo lo perfecto. Infunde tu amor en nuestro corazón para que, al hacer más entregada nuestra vida, aumentes en nosotros todo bien y lo conserves con solicitud generosa, te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Actuemos: En este día, en la medida de mis posibilidades, me comprometeré con alguna de las acciones solidarias que estén promoviendo en la parroquia a la que pertenezco.
Recordemos: que cuando la Palabra llega a nuestra vida, no podemos seguir iguales, ella tiene el poder de cambiar en nosotros la forma de pensar y de ver la vida; de aquí en adelante hemos de tener otra actitud ante las dificultades que la vida nos presenta. Porque Dios nos conoce desde dentro y nos lleva de su mano, con paciencia, ternura, comprensión y a la vez espera de nuestra parte fe, confianza, corresponsabilidad y coherencia.
Profundicemos: Valdrá la pena seguir apegados a la tradición por tradición o… ¿será mejor abrir nuestro entendimiento y acoger la novedad del evangelio de hoy, con una actitud disponible y más flexible ante las realidades que hoy nos están desafiando? Que el Espíritu Santo sea quien nos ilumine.
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