El Evangelio que nos presenta la liturgia de hoy, nos sumerge en un relato que nos confronta con la sorprendente realidad del rechazo. El evangelista Mateo nos dice que Jesús regresa a Nazaret, entra a la sinagoga y se pone a enseñar. La gente se sorprende por sus enseñanzas, pero esa admiración pronto se convertirá en desprecio: “¿De dónde tiene este tal esta sabiduría y estos milagros?”. Su familiaridad con Él, como el hijo del carpintero, oscurece su capacidad de ver lo que realmente es Él: el Hijo de Dios. El rechazo a la persona de Jesús nos recuerda que el camino del discipulado y la verdad no siempre serán bien recibidos, incluso, por aquellos que están más cerca de nosotros. Como cristianos, muchas veces enfrentamos la incredulidad de nuestros propios círculos, y esta realidad puede ser desalentadora. Sin embargo, el ejemplo de Jesús nos anima a seguir adelante a pesar del rechazo de los otros, confiando en que el mensaje del Evangelio tiene el poder de transformar vidas.
Jesús mismo dice que “no hizo allí muchos milagros a causa de la incredulidad de ellos”. Esta afirmación es impactante y nos debe llevar a reflexionar sobre las implicaciones de nuestra propia fe y nuestro compromiso.
Señor Jesús, Maestro Divino, ayúdame a mantenerme firme en mi fe, incluso, cuando enfrente desafíos y oposición. Guíame con tu Santo Espíritu, para que perdone y ame, incluso a aquellos que me rechacen. Amén.
Practico la libertad interior para hacer siempre lo correcto y decir la verdad.
Aunque algunos puedan rechazar la proclamación de la verdad, nuestra fe y confianza en Jesús pueden dar pie a milagros en otros.
El Evangelio nos invita a examinar nuestro propio corazón. Preguntémonos: ¿Estamos abiertos a lo que Dios quiere hacer en nosotros y a través de nosotros, sin permitir que nuestra incredulidad impida su obrar? /p>