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Jpg.ViernesSanto

Misterio de la Cruz

Al llegar a este día del viernes santo, en la actitud de los discípulos, seguimos siendo desbordados por el hecho de su gran amor que llega hasta el extremo, un amor que entrega todo incondicionalmente. Aquí comenzamos a recordar las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos” (cf. Jn 15, 9-17). En Jesús se cumplen todas las promesas. Su entrega en la cruz es la promesa y fidelidad al Amor del Padre, y también al amor que tiene por cada uno de nosotros.

Así como los discípulos, el corazón a veces no entiende los finales inesperados. Aquel Maestro que ha prometido quedarse con ellos ahora ya no está más. El corazón de todos se turba con facilidad. Hay muchas preguntas y pocas respuestas.

He aquí un alto en el camino de los discípulos, es momento de detener sus pasos, el Maestro ya no está, tienen miedo, están profundamente asustados, confundidos. Han quedado como ovejas sin Pastor.

Ante semejante acontecimiento parece que Jesús se ha quedado solo, aquellos con quienes había compartido la mesa, a quienes había llamado de amigos, no están.

 

No se trata de ver la cruz por la cruz, sino que en ella se expresa ese amor incondicional, amor sin límites, amor que sobrepasa. Amor que sana y salva. Jesús llega a la cruz por el amor, es consecuencia de toda su capacidad de amar manifestada en cada gesto cotidiano a lo largo de su vida.

 

Evidentemente para la época una muerte en cruz era una sentencia para los malhechores. Así fue condenado Jesús, como un delincuente para su sociedad, como un blasfemo, como uno que se sabía “Hijo de Dios”. Un alborotador del orden social, político y un blasfemo contra la religión judía. Jesús asume hasta el final las consecuencias de su misión: el anuncio del reino. Todo está cumplido. Lo que para unos es debilidad, para Jesús es el triunfo.

 

¿Por qué un triunfo? Porque por primera vez en la historia humana Jesús viene a romper las ataduras de la muerte con la resurrección. Entonces su muerte en la cruz no es el final. Pero esto, los discípulos lo comprenderán mucho después. Mientras tanto, es necesario atravesar por estos momentos de desolación y amargura.

Con el tiempo develan una gran sabiduría para la vida.

EL MILAGRO DE LA CRUZ

 

Este es Jesús. El crucificado. El resucitado. El carpintero.

El excluido y silenciado. El explotado. El vendido y entregado.

El amigo y compañero. El de los milagros. El que escandaliza.

El que se junta con los pecadores. 

El que anda con mujeres, sus amigas.

El que celebra la vida. El que lava los pies.

El que hace cosas que no entendemos.

El que vive lo que hace. El que abraza.

El que tiene miedo. El que camina sobre el agua.

El que sana y sigue andando. El burlado y maltratado.

El que tiene autoridad. El abandonado por los suyos.

Rey y pobre. Sacerdote y víctima.

Profeta y Palabra. Este es Jesús…

 

El Milagro de la Cruz. Amante asesinado.

Vida que sangra y riega su Reino. ¡Cuídenlo!

Lo mío está cumplido (susurra, gritándonos).

(Marcos Alemán, sj)

La cruz, un abrazo de amor…

“Hay un momento para contemplar. Para tratar de entender lo que vemos, porque de alguna manera nos desborda. Este Jesús crucificado muestra un extraño abrazo final. A veces decimos que Jesús abraza la cruz…, pero creo que es una imagen mucho mejor la de que en la cruz de Jesús está Dios abrazando a cada ser humano en sus heridas, en su fatiga, en su dolor, en sus anhelos y miedos, en sus fracasos, en sus caídas.

Dios está abrazando, y ese abrazo es incluso el perdón a sus propios verdugos, la palabra de ternura al que agoniza a su lado, y el mensaje de encuentro a María y a Juan, presentes al pie de la cruz…

En ese abrazo confluyen tantos otros gestos… Del buen samaritano que recoge al hombre herido en el camino; del padre del hijo pródigo, recibiéndolo en casa con alegría y dispuesto a darle las oportunidades que hagan falta; de cada caricia y cada gesto con los que Jesús ha ido sanando a leprosos, ciegos y paralíticos; de la viuda pobre dando lo poco que tiene, pensando en otros más pobres aún que ella; de la mujer que con sus cabellos enjuaga los pies de Jesús; del propio Jesús lavando con sus manos los pies de sus discípulos.

Gestos, roces, abrazos… Un único abrazo para levantarnos cada vez que caigamos. Un único abrazo, hasta que los brazos duelan de tanto darse. Un único abrazo que también nosotros podemos dar una y otra vez para transformar el mundo, hasta que un día, con la confianza última de quien no tiene nada que perder, podamos exclamar, a su manera: ´Todo está cumplido´.”

[Jose M. Rodríguez Olaizola – La Pasión en contemplaciones de papel]

PREGUNTAS A UN REY EN CRUZ

 

¿Qué corona es esa que te adorna, que por joyas tiene espinas?

¿Qué trono de árbol te tiene clavado?

¿Qué corte te acompaña, poblada de plañideras y fracasados?

¿Dónde está tu poder?

¿Por qué no hay manto real que envuelva tu desnudez?

¿Dónde está tu pueblo?

Me corona el dolor de los inocentes. Me retiene un amor invencible.

Me acompañan los desheredados, los frágiles, los de corazón justo,

todo aquel que se sabe fuerte en la debilidad.

Mi poder no compra ni pisa, no mata ni obliga, tan solo ama.

Me viste la dignidad de la justicia y cubre mi desnudez la misericordia.

Míos son quienes dan sin medida, quienes miran en torno con ojos limpios,

los que tienen coraje para luchar y paciencia para esperar.

Y, si me entiendes, vendrás conmigo.

 

(José María Rodríguez Olaizola).

Cuando parece que todo va mal, las fuerzas nos abandonan, la cruz pesa demasiado y solamente nos acechan las sombras de la muerte, justo ahí, en ese momento, recordemos al discípulo amado. Aquel que contempla cada acontecimiento de manera diferente.

 

Es capaz de recordar las enseñanzas de su Maestro. Recordar es volver a pasar por el corazón, entonces viene a su corazón que todo no ha sido otra cosa sino una gran lección del Amor, entonces la cruz es una escuela del amor, todo en la vida de Jesús se tornó escuela para sus discípulos. Está enseñando que incluso en los momentos de mayor vulnerabilidad Dios está ahí, asumiendo y acompañando nuestra existencia. No es distante. 

Se acerca, nos toma en brazos y camina con nosotros por los senderos de la vida, a veces tan intransitables. Pero Él está ahí, diciendo con sus gestos y palabras que en la fragilidad se manifiesta la fuerza de Dios.

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