5 de Noviembre

Escucha La Palabra de Dios para cada día

Primera Lectura

Lectura del Segundo libro de los Macabeos 7, 1-2. 8c-14

Durante la persecución desatada por el rey Antíoco contra los judíos, pusieron presos a siete hermanos junto con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y correas para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Uno de ellos habló en nombre de todos y dijo: “¿Qué pretendes averiguar o saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que desobedecer las leyes patrias”. Torturaron, pues, al primer hermano, y luego torturaron al segundo. Y cuando ya exhalaba el último suspiro, dijo: “Tú, criminal, nos quitas la vida presente, pero el Rey del mundo nos resucitará y nos dará una vida eterna a nosotros que morimos por sus leyes”. En seguida torturaron al tercero. Y al pedírsele que sacara la lengua para cortársela, la sacó inmediatamente, extendió sin miedo los brazos y dijo con toda valentía: “De Dios recibí estos miembros, pero por sus leyes los desprecio y de Él espero recobrarlos”. Hasta el mismo rey y los que lo acompañaban se asombraron al ver el ánimo del joven y cómo despreciaba los tormentos. Después de morir el tercero, sometieron también al cuarto hermano a la tortura. Y cuando estaba para morir dijo: “Aceptamos morir a manos de los hombres, porque nos anima la esperanza de que Dios cumplirá sus promesas y nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para vivir de nuevo”.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

Salmo responsorial 16, 1. 5-6. 8b. 15

R. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño / R.

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras / R.

Guárdame como a las niñas de tus ojos,  a la sombra de tus alas escóndeme. Yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante / R.

Segunda Lectura

Lectura de la Segunda Carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 2, 16 – 3, 5

Hermanos: Jesucristo, nuestro Señor, y Dios nuestro Padre, que nos ha amado y sin merecerlo nosotros nos ha dado un consuelo indefectible y una feliz esperanza, les den aliento y firmeza de espíritu para poder obrar y decir siempre el bien. Por lo demás, hermanos, oren por nosotros al Señor, para que su palabra siga avanzando gloriosa, como cuando llegó a ustedes; y pídanle que nos siga librando de la gente mala y perversa. No todos son de fiar. Pero el Señor sí es fiel: Él los fortalecerá y los librará del malvado. Y Él es quien nos da la confianza que tenemos en ustedes, para estar seguros de que ya practican lo que ahora les recomendamos, y lo seguirán practicando. Que Cristo, el Señor, les abra el corazón al amor de Dios y les comunique su propia paciencia.

L: Palabra de Dios
T: Te alabamos, Señor

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 20, 27-38

“No es un Dios de muertos sino de vivos”

Cuando Jesús estaba ya en Jerusalén, se le acercaron unos saduceos, los que dicen que no hay resurrección, y le presentaron el siguiente caso: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre casado muere sin dejar hijos, el hermano del difunto debe casarse con la viuda para procurar descendencia a su hermano. Pues resulta que había siete hermanos. El primero se casó, pero se murió sin dejar hijos. Entonces el segundo y luego el tercero se casaron con la viuda, y así sucesivamente todos los siete, pero murieron sin dejar hijos. Finalmente se murió también la mujer. Esa mujer, suponiendo que haya resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa? Porque los siete estuvieron casados con ella”. Jesús les respondió: “En este mundo se casan hombres y mujeres, pero aquellos a quienes Dios concede la gracia de llegar a la vida futura y a la resurrección, no se casan. Pero es que tampoco pueden ya morir, porque son iguales a los ángeles e hijos de Dios, gracias a la resurrección. Ahora bien, que los muertos resuciten, ya lo indicó Moisés en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor ‘el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob’. Él no es un Dios de muertos sino de vivos, porque para Dios todos ellos están vivos”.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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