“El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»
(Lucas 14,7-11)
Permitamos que la Palabra de Dios toque nuestra vida
Jesús realiza una crítica a la actitud farisea de búsqueda de honores y reconocimiento. Esta parábola subraya la lección del Magníficat. Nos sana de la hinchazón del yo para vivir de Dios; nos despoja de la niebla del delirio de poder y nos limpia los ojos. Así vemos cómo obra Dios en la historia. Sólo el humilde le da gloria a Dios y recibe gloria de Él. En cambio el soberbio da gloria al yo y le resiste a Dios. El mensaje de Jesús tiene de trasfondo la inauguración de la comunidad discipular del Reino. El que quiera sentarse a la mesa común tiene que abajarse, siendo capaz de vencer toda distinción, privilegio o anhelos de ser el centro. Toda persona que abraza la dinámica del Reino entra a formar parte de la comunidad de iguales, donde nadie se siente superior o inferior. Se resume todo en la virtud de la humildad y generosidad de quien se abre a compartir su corazón.
Reflexionemos: ¿Me conozco lo suficiente para ver con humildad qué puesto o lugar lo da el Señor, más que para ser servido es para servir, y no para vivir de apariencias?
Oremos: Señor Jesús, que por amor te humillaste hasta una muerte de cruz, concédenos comportarnos con mansedumbre y humildad con nuestro prójimo. Para que podamos participar contigo de la gloria de tu resurrección. Amén.
Recordemos: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Actuemos: Siguiendo el mensaje de este texto, ¿Cuál es tu meditación, tu reflexión personal? Me comprometo a vivir y actuar con humildad a dejar fuera de mi vida la Soberbia?
Profundicemos: ¿Nuestra fe nos impulsa a ser humildes, a reconocer el valor de todo ser humano? ¿Preparamos nuestra casa para acoger a quien le pide ayuda sin esperar nada a cambio?