28 de Marzo

Escucha La Palabra de Dios para cada día

 

Primera Lectura

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El Señor me ha dado labios persuasivos para saber decir una palabra de aliento a los cansados. Cada mañana pone alerta mi oído para que escuche dócilmente. El Señor me abrió el oído, y yo no he opuesto resistencia ni me he vuelto atrás. He dejado que me azoten las espaldas y me arranquen la barba. No he escondido el rostro a los que me insultaban y escupían. El Señor es quien me ayuda, por eso no me rindo a los insultos. Por eso me mantengo firme como roca, y estoy seguro de que Él nunca me defraudará.

 

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Salmo responsorial 21, 8-9. 17-20. 23-24

 

 R.  Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Todos al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere” /R. 

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos /R.  

Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme /R.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alábenlo; linaje de Jacob, glorifícalo; témelo, linaje de Israel /R.

 

Segunda Lectura

Lectura de la Carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

Cristo Jesús, siendo de condición divina, no se aferró a su igualdad con Dios; al contrario, se anonadó a sí mismo y tomó la condición de esclavo. Hombre igual a todos y con las apariencias de un hombre cualquiera, se humilló haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todos y le concedió el nombre que sobrepasa todo nombre; de modo que al oír ese nombre, toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el infierno, y toda boca reconozca, para gloria de Dios Padre,  que Jesucristo es el Señor.

 

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 

Evangelio San Marcos 14, 1 – 15, 47

 

Buscaban la manera de apoderarse de Jesús a traición y matarlo

C. Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y del pan Ázimo. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de apoderarse de Jesús a traición y matarlo, pues decían:

S. No puede ser en la fiesta, para que el pueblo no vaya a armar un tumulto.

 

Se adelantó a embalsamar mi cuerpo para la sepultura

 

C. Estando Jesús en Betania, sentado a la mesa en la casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco de alabastro lleno de perfume de nardo genuino de gran precio, lo rompió y derramó el perfume en la cabeza de Jesús. Algunos, disgustados, comenzaron a comentar:

S. ¿Para qué desperdiciar el perfume? Se podría haber vendido este perfume por el valor de más de trescientos jornales y dar eso a los pobres.

C. Y la criticaban duramente. Pero Jesús dijo:

+ Déjenla. ¿Por qué la molestan? Ella ha hecho una buena obra conmigo. Pues a los pobres siempre los tendrán con ustedes, y cuando quieran les pueden dar limosna, pero a mí no siempre me tendrán. Ella hizo lo que estaba en su mano: se adelantó a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Yo les aseguro: en cualquier parte del mundo donde se predique el Evangelio, se contará también, en recuerdo de ella, lo que hizo.

 

Prometieron darle plata a Judas Iscariote

 C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se fue a donde los sumos sacerdotes para entregarles a traición a Jesús. Ellos, al oír esto, se alegraron y prometieron darle plata. Él empezó a buscar una ocasión propicia para entregarlo.

 

¿Dónde está la sala para comer el cordero pascual?

C. El primer día de la fiesta del Pan Ázimo, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús los discípulos:

S. ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena pascual?

C. Él envió a dos de ellos diciéndoles:

+ Vayan a la ciudad. Allá les saldrá al encuentro un hombre cargado con una tinaja llena de agua. Síganlo y en la casa donde entre díganle al dueño de la casa: El Maestro manda preguntar dónde está la sala para comer el cordero pascual con sus discípulos. Y él les mostrará una sala grande en el piso alto, ya lista y arreglada con cojines. Prepárennos allá lo necesario.

C. Los discípulos se fueron, y al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la cena pascual.

 

Uno de ustedes me va a traicionar, uno que está comiendo conmigo

C. Al atardecer, se fue allá Jesús con los Doce. Y cuando estaban sentados a la mesa, comiendo, les dijo Jesús:

+ Yo les aseguro: uno de ustedes me va a traicionar, uno que está comiendo conmigo.

C. Ellos se entristecieron y empezaron, uno por uno, a replicarle:

S. ¡No seré yo!

C. Pero Él les dijo:

+ Es uno de los Doce, que está comiendo del mismo plato conmigo. El Hijo del hombre sigue su camino, como está consignado acerca de Él en la Escritura. Pero, ¡ay de aquel que va a traicionar al Hijo del hombre! Más le valiera no haber nacido.

 

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre, la sangre de la alianza

C. Cuando estaban comiendo, tomó pan, pronunció sobre él la bendición, lo partió, se lo repartió y les dijo:

+ Tomen: esto es mi cuerpo.

C. Tomó luego una copa, dio gracias a Dios y se la pasó. Todos bebieron de ella. Y Él les dijo:

+ Esto es mi sangre, la sangre de la alianza, que será derramada por todos. Yo les aseguro que  ya no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba un vino nuevo en el reino de Dios.

 

Antes que cante dos veces el gallo, me negarás tres veces

C. Y terminado el canto de los salmos, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo:

+ Todos ustedes van a fallar. Pues dice la Escritura: “Heriré al pastor, y las ovejas se dispersarán”. Pero después que resucite, me adelantaré a ustedes para reunirlos en Galilea.

C. Pedro le dijo:

S. ¡Aunque todos fallen, yo no!

C. Jesús le respondió:

Yo te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante dos veces el gallo, me negarás tres veces.

C. Pero Pedro aseguraba con más fuerza:

S. ¡Aunque tenga que morir contigo, no te negaré!

C. Y lo mismo decían los demás.

 

Empezó a sentir terror y angustia

C. Después se fueron a un lugar en el campo, que tiene el nombre de Getsemaní, y les dijo a sus discípulos:

+ Siéntense aquí mientras hago oración.

 C. Y se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan para que lo acompañaran, y empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

+ Mi alma está triste hasta morir. Quédense aquí y permanezcan en vela.

C. Y adelantándose un poco, se puso de rodillas en el suelo y empezó a orar pidiendo que, si fuera posible, no tuviera que pasar por esa hora. Decía:

+ ¡Abba, Padre, todo es posible para ti: no me hagas pasar este trago amargo! Pero que no sea no lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.

C. Luego volvió y los encontró durmiendo, y le dijo a Pedro:

+ Simón, ¿estás durmiendo? ¿No pudiste permanecer en vela  ni siquiera una hora? Velen y oren, para no exponerse a la tentación. Aunque haya buena voluntad, la naturaleza  es débil.

C. Y otra vez se retiró a orar repitiendo las mismas palabras. Y al volver otra vez, los encontró durmiendo, porque se morían de sueño, y no sabían qué responderle. Cuando volvió por tercera vez les dijo:

+ ¿Todavía durmiendo y descansando? ¡Basta! Ya llega la hora. Miren que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense, vámonos! Ya llega el traidor.

 

Agárrenlo y llévenselo bien asegurado

C. Todavía estaba hablando, cuando de pronto llegó Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente armada de espadas y palos, enviada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal:

C. El hombre a quien yo bese, ese es. Agárrenlo y llévenselo bien asegurado.

C. Apenas llegó, en seguida se acercó a Jesús y le dijo: “Rabí” y lo besó. Los otros se abalanzaron sobre Él y lo pusieron preso. Uno de los presentes sacó la espada y de un golpe le cortó una oreja al sirviente del sumo sacerdote. Jesús intervino y les dijo:

+ ¿Vinieron con espadas y palos a ponerme preso, como si fuera un bandido? Diariamente estaba con ustedes enseñando en el templo, y no me arrestaron. Pero tienen que cumplirse las Escrituras.

C. Todos los que estaban con Él huyeron dejándolo solo. Lo iba siguiendo un joven, cubierto solo con una sábana, y también a él lo pusieron preso. Pero él, dejando la sábana, huyó sin más ropa .

 

¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?

C. Entonces llevaron a Jesús a donde el sumo sacerdote. Allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo desde lejos hasta entrar en el patio del palacio del sumo sacerdote, donde se sentó con los sirvientes para calentarse junto al fuego. Los sumos sacerdotes y todo el sanedrín buscaban algún testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Aunque muchos dieron falsos testimonios contra Él, los testimonios no concordaban. Unos se presentaron para dar un falso testimonio contra Él y dijeron:

S. Nosotros lo oímos decir que destruiría este santuario, fabricado por los hombres, y en tres días construiría otro no fabricado por los hombres.

C. Pero tampoco en este testimonio estaban de acuerdo. Entonces el sumo sacerdote se puso de pie en medio de todos y le preguntó a Jesús:

S. ¿No respondes nada? ¿Qué hay de cierto en lo que dicen los testigos contra ti?

C. Pero Jesús seguía callado, sin responder nada. El sumo sacerdote volvió a preguntarle:

S. ¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?

C. Jesús respondió:

+ Sí lo soy. Y van a ver al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo.

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras y dijo:

S. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes mismos han oído la blasfemia. ¿Qué les parece?

C. Y todos decidieron que merecía la pena de muerte. Algunos empezaron a escupirlo, a taparle la cara, a darle golpes y a decirle:

S. ¡Adivina, profeta!

C. Y los sirvientes empezaron a darle puños.

 

 Ni siquiera conozco a ese hombre 

 

C.Y cuando estaba Pedro abajo en el patio, llegó una de las sirvientas del sumo sacerdote, vio a Pedro calentándose, se quedó mirándolo y le dijo:

S. Tú también estabas con ese hombre de Nazaret, con Jesús.

C. Pero Pedro lo negó diciendo:

S. Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.

C. Y salió afuera, delante de la puerta. Entonces cantó un gallo. La sirvienta, al verlo, empezó a decir otra vez a los que estaban presentes:

S. Este es de esa gente.

C. pero Pedro volvió a negarlo. Y poco después los que estaban presentes dijeron otra vez a Pedro:

S. Claro que tú también eres de esa gente, pues también eres galileo.

C. Pero él empezó a jurar y renegar:

S. ¡Ni siquiera conozco a ese hombre de que están hablando!

C. Y en seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro se acordó de lo que había dicho Jesús: que antes que cantara dos veces el gallo, lo negaría tres veces, y se echó a llorar.

 

¿Quieren que les deje libre al rey de los judíos?

 

C. Y en seguida, al amanecer, los sumos sacerdotes, reunidos con los ancianos y los escribas, o sea todo el sanedrín, tomaron su decisión, ataron a Jesús, se lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:

S. ¿Eres tú el rey de los judíos?

C. Él le respondió:

+ Tú mismo lo dices.

C. Los sumos sacerdotes presentaron muchas acusaciones contra Él. Pilato volvió a preguntarle:

S. ¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan.

C. Pero Jesús tampoco respondió nada entonces, de modo que Pilato estaba extrañado. En cada Pascua Pilato les dejaba libre un preso, el que la gente pidiera. Había un hombre llamado Barrabás, que estaba preso junto con unos agitadores que en una revuelta habían cometido un asesinato. El pueblo entonces subió y empezó a pedirle a Pilato que les hiciera la concesión de costumbre. Pilato les preguntó:

S. ¿Quieren que les deje libre al rey de los judíos?

C. Él se había dado cuenta de que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes azuzaron al pueblo a pedir que más bien les dejara libre a Barrabás. Pilato volvió a preguntarles:

S. ¿Y qué hago con el que llaman “rey de los judíos”?

C. Pero la gente gritó de nuevo:

S. ¡Crucifícalo!

C. Pilato les preguntó:

S. ¿Y qué crimen ha cometido?

C. Pero ellos gritaban con más fuerza:

S. ¡Crucifícalo!

C. Pilato, accediendo al deseo del pueblo, les dejó libre a Barrabás, y mandó que después de azotar a Jesús se lo llevaran a crucificarlo.

 

Trenzaron una corona de espinas y se la pusieron

C. Los soldados lo introdujeron en el palacio, es decir, en el Pretorio, y reunieron a toda la tropa. Lo vistieron con un manto rojo, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron. Luego comenzaron a saludarlo diciéndole

S. ¡Viva el rey de los judíos!

C. Y le pegaban en la cabeza con una caña, lo escupían, se arrodillaban delante de Él y le hacían reverencia. Terminada la burla, le quitaron el manto rojo, le pusieron su ropa y se lo llevaron para crucificarlo.

 

Llevaron a Jesús al Gólgota y los crucificaron

C. En el camino obligaron a un tal Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que llegaba del campo, a cargar la cruz de Jesús. Llevaron a Jesús al Gólgota, que quiere decir Lugar de la Calavera. Allí querían darle vino mezclado con mirra, pero Él no lo recibió. Entonces lo crucificaron. Y se repartieron su ropa echándola a suerte, para ver qué le tocaba a cada uno. Eran las nueve de la mañana cuando lo crucificaron. Había un letrero para indicar la causa de su condena, que decía: “El rey de los judíos”.  Con Él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.

 

A otros salvó, pero Él mismo no puede salvarse

C. Los que pasaban lo injuriaban; sacudían la cabeza y decían:

S. ¡Ajà! ¿No ibas a destruir el santuario y a reconstruirlo en tres días? ¡Sálvate a ti mismo bajándote de la cruz.

C. También los sumos sacerdotes y los escribas se decían unos a otros en son de burla:

S. A otros salvó, pero Él mismo no puede salvarse. ¿No era el Mesías, el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos.

C. También los que estaban crucificados con Él lo injuriaban.

Jesús, dando un gran grito, expiró

C. Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó con voz potente:

+ Elohí, Elohí, lemá sabctani.

C. Lo que quiere decir:

+ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me abandonaste?

C. Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron:

S. Este está llamando a Elías.

C. Uno corrió a empapar una esponja en vino ácido, y poniéndola en la punta de una caña, quería darle de beber diciendo:

S. Esperemos a si viene Elías a bajarlo.

C. Pero Jesús, dando un gran grito, expiró.

 

Todos se arrodillan y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. Y al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a Él, exclamó

S. ¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!

C. Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que habían seguido a Jesús y le habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras muchas que habían subido con Él a Jerusalén.

 

José hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro

C. Era día de Preparación, es decir, víspera del sábado. Por eso al atardecer, José de Arimatea, miembro notable del sanedrín, que también esperaba el reinado de Dios, tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; hizo llamar al centurión y, le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José. Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca.  Después hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.  María Magdalena y María la madre de José estuvieron mirando dónde lo colocaban.

 

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

 

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