“¡Les traigo la paz!” (Jn 20, 21)
Llegamos hoy al Segundo Domingo de Pascua, día en que también celebramos la fiesta de la Divina Misericordia y el resucitado nos ofrece el gran regalo de la paz. El evangelio nos lleva a entrar en comunión con los sentimientos de temor y angustia que vivieron los discípulos tras la muerte de Jesús y la gran alegría que experimentaron al reconocerlo vivo en medio de ellos. La presencia del resucitado reanima la fe del grupo discipular al mostrarles los signos de su muerte pero también al infundir sobre ellos su espíritu: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, y a quienes se los retengan, les quedan retenidos”. Espíritu que los mueve a la misión y los capacita para ver más allá de aquello que pueden ver y creer como Tomás: “Trae tu dedo: mira mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado. Deja de ser incrédulo y hazte creyente”. Pidamos al Señor, en este día que infunda también sobre nosotros su espíritu, aumente nuestra fe y nos llene de su paz. Que de su mano podamos reconocer su presencia viva en las realidades que vivimos y expresar como Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”.
Reflexionemos:
¿Qué actitudes nos impiden creer en Jesús como Tomás?, ¿cómo podemos acrecentar nuestra experiencia de fe en este tiempo de Pascua?
Oremos:
Infunde, en nosotros, Señor, la fuerza de tu Espíritu para que sepamos reconocerte en las diferentes realidades que vivimos. Abre nuestros ojos y nuestro corazón a la vida nueva que nos das a través de tu resurrección. Amén.
Recordemos:
La paz es uno de los grandes regalos que nos ofrece el resucitado en este tiempo de Pascua.
Actuemos:
Pidamos al resucitado, en la oración de este día que aumente nuestra fe e infunda en nosotros su Espíritu.
Profundicemos:
Las circunstancias difíciles que vivimos suelen encerrarnos en nuestros temores y robarnos la paz de nuestro corazón. Superarlas requiere no solo de fe sino también apertura para trabajar las realidades personales que nos afligen (Libro: Darse paz).