1 de Mayo

Escucha La Palabra de Dios para cada día

Primera Lectura

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 5, 27-32. 40b-41

Durante la persecución, hicieron comparecer a los apóstoles ante el sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó: “¿No les habíamos prohibido expresamente enseñar en nombre de Jesús? Miren cómo tienen a Jerusalén llena de su enseñanza; y ahora quieren hacernos responsables de la sangre de ese hombre”. Pedro y los demás apóstoles respondieron: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, después que ustedes lo mataron colgándolo de un madero. Y lo exaltó colocándolo a su derecha, para que Él sea nuestro Jefe y Salvador. Así es como ofrece a Israel el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Testigos de estas cosas somos nosotros y el Espíritu Santo que comunicó Dios a los que le obedecen”. Hicieron, pues, azotar a los apóstoles y les prohibieron hablar en nombre de Jesús; luego los dejaron libres. Y así salieron del sanedrín, alegres de que Dios les hubiera concedido el honor de sufrir injurias por causa de Jesús.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

 Salmo responsorial 29, 3-6. 12ac-13

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Señor Dios mío, a ti grité, y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa / R.

Tañan para el Señor, fieles suyos, den gracias a su nombre santo; su cólera dura un instante, su bondad de por vida; al atardecer nos visita el llanto, por la mañana, el júbilo / R.

Cambiaste mi luto en danzas y me has vestido de fiesta; te cantará mi alma sin callarse. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre / R.

Segunda Lectura

Lectura del libro del Apocalipsis 5, 11-14

Yo, Juan, durante la visión oí la voz de infinidad de ángeles, miles de millones, que rodeaban el trono, a los cuatro seres vivientes y a los veinticuatro ancianos. Decían con voz poderosa: “Digno es el Cordero inmolado de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fuerza y el honor, la gloria y la alabanza”. Y luego oí a todas las criaturas del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, que decían: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos”. Y los cuatro seres vivientes respondieron: “Amén”. Y los ancianos cayeron de rodillas en actitud de adoración.

L: Palabra de Dios

T: Te alabamos, Señor

Lectura del santo Evangelio según san Juan 21, 1-19

“Jesús se acercó, tomó el pan y se lo repartió, y lo mismo hizo con el pescado”

Después de resucitar, Jesús se mostró otra vez a sus discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les mostró de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Gemelo, Natanael de Caná de Galilea, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. Simón Pedro les dijo: “Me voy a pescar”. Los otros les dijeron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero esa noche no pescaron nada. Cuando ya había amanecido, se presentó Jesús en la playa. Sin embargo, los discípulos no sabían que era Jesús. Entonces Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen pescado?”. Ellos dijeron que  no. Él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán”. La echaron, pues, a ese lado, y era tal la cantidad de pescado, que ya casi no podían arrastrar la red. Entonces aquel discípulo que Jesús tanto amaba le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se aseguró la túnica con el cinturón, pues no llevaba más ropa, y se echó al agua. Como no estaban lejos de la orilla, sino a menos de cien metros de distancia, los otros discípulos llegaron en la barca arrastrando la red con los pescados. Y apenas bajaron a tierra, vieron que había allí un pescado puesto sobre brasas y que también había pan. Jesús les dijo: “Traigan pescado del que acaban de sacar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red repleta de pescados enormes: eran ciento cincuenta y tres. Y con ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: “Vengan a desayunar”. Y nadie se atrevió a preguntarle quién era; pero sabían que era el Señor. Se acercó, pues, Jesús, tomó el pan y se lo repartió, y lo mismo hizo con el pescado. Era la tercera vez que se mostraba a los discípulos después de resucitar. Cuando desayunaron, le dijo Jesús a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que ellos?”. Él respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos”. Luego le preguntó por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. Jesús le dijo: “Sé pastor de mis ovejas”. Y todavía le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. Pedro se puso triste de que le hubiera preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú te das cuenta de que te amo”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras más joven, tú mismo decidías, e ibas a donde querías; pero cuando te hagas viejo, tendrás que poner las manos en alto y dejar que otro decida y te lleve a donde no quisieras”. Con esto quería darle a entender de qué manera iba a morir para gloria de Dios. Y luego añadió: “¡Sígueme!”.

S: Palabra del Señor                                     

T: Gloria a ti, Señor Jesús

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